lunes, 17 de agosto de 2015

HOJA INFORMATIVA Nº 956



DEL 16 AL 23 DE AGOSTO DE 2015

CULTO EN ARAIA

Domingo 23 de agosto a las 12 h., misa.

CULTO EN L’ALCORA

· Domingo 16 – XX DEL TIEMPO ORDINARIO.
* A las 13h, BAUTIZOS.

· Jueves 20 – San Bernardo, abad y doctor.
· Viernes 21 – San Pío X, papa.
· Sábado 22 – Santa María Reina.
* A las 18,30 h., en san Francisco
* A las 19,30h en la Parroquia

· Domingo 23 – XXI DEL TIEMPO ORDINARIO.
- Colectas para las Obras de la Casa de Cáritas –

DOMINGO XX / B del T.O.:   Juan 6, 51-58

LO DECISIVO ES TENER HAMBRE      José A. Pagola
El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo.  Solo así experimentaremos en nosotros su propia vida.  Según él, es necesario comer a Jesús:  «El que me come a mí vivirá por mí». 
El lenguaje adquiere un carácter todavía más escandaloso cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre.  El texto es rotundo:  «Mi carne es verdadera comida        y mi sangre es verdadera bebida.  El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los cristianos.  Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que venimos haciendo desde la primera comunión.  Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo:  en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la Eucaristía.
Por desgracia, todo puede quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente.  Pero con frecuencia nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta.  No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.
Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de recibir el pan consagrado.  Comulgar con Cristo exige un acto de fe de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús. 
Lo decisivo es tener hambre de Jesús.  Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él.  Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros.  Dejarle que ilumine y transforme las zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.
Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida.  Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio. 
En la medida en que el pan simboliza el alimento podemos decir con rigor que vivimos gracias a él.                 
Si descuidamos la alimentación, acabamos debilitándonos e incluso muriéndonos de hambre.   Con el pan de Jesús nos pasa lo mismo:  vivimos la vida nueva gracias a él. 
Desgraciadamente, entre los cristianos, quizá por desconocimiento de lo que se juegan, existen muchos inapetentes y anoréxicos.