viernes, 15 de junio de 2012

HOJA INFORMATIVA Nº 791

DEL 17 AL 24 DE JUNIO DE 2012

CULTOS EN L'ALCORA

• Domingo 17 – XI DEL TIEMPO ORDINARIO.
HORARIO: 9h en San Francisco.
10’30h en las Carmelitas.
11h en la Foya.
11h en la Parroquia, Misa del Sagrado Corazón y Procesión.
* NO habrá misa de 12h.
* A las 13h, BAUTIZOS.

• Jueves 21 – San Luís Gonzaga.
• Sábado 23 – A las 19’30h en la Parroquia, Aniversario de Antonio Pallarés Chiva.

• Domingo 24 – NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA.

RECUPERAR LA NORMALIDAD

A mediados del mes de junio, hablar de “recuperar la normalidad” puede parecer un cierto contrasentido. Muchos ya tenemos la sensación de que el verano está a la vuelta de la esquina, de que muchas actividades habituales tocan a su fin.
Pero la normalidad recuperada a la que nos referimos es el hecho de que litúrgicamente, retomamos el hilo del tiempo ordinario. Después del largo paréntesis del tiempo cuaresmal y pascual, y las fiestas de la Trinidad y el Corpus, recuperamos el ritmo normal de la vida litúrgica, vivida en la cotidianidad de la llamada a ser más y mejores discípulos de Jesús. Una normalidad que se expresará en la lectura continuada del evangelio según san Marcos. Una normalidad que acabará cuando concluyamos el año litúrgico con la solemnidad de Jesucristo, rey del Universo.

EL CAMINO DE LA FE

El Papa Benedicto XVI viene mostrando en los últimos tiempos su preocupación por la penetración de la secula-rización en el interior de la Iglesia y la contaminación de los cristianos por la indiferencia ambiental que produce en ellos un debilitamiento o una anemia de su fe. La convocatoria a un “año de la fe” intenta sensibilizar a la Iglesia hacia este grave problema y procurar recursos para responder a él. A eso va dirigida su hermosa Carta Apostólica “La puerta de la fe”. A partir de ella podemos hacer una meditación sobre el camino de la fe.
El camino de la fe no tiene su comienzo en nosotros mismos. Tiene su origen en la presencia originante de Dios en todo lo que existe y en el corazón de cada persona. Propio de nuestra condición de cristianos es reconocer la identidad de esa Presencia con la que estamos agraciados en la vida, las palabras, la entrega de sí mismo y la resurrección de Jesucristo. En Él identificamos la Presencia que nos origina y nos atrae hacia sí; en Él se nos abre la posibilidad de responder a ella.
Nuestra respuesta a esa Presencia está determinada por la condición divina de aquel en quien creemos. Y su primer rasgo consiste en requerir de nosotros nuestro total trascendimiento. De ser el centro en relación con todas las realidades mundanas, los creyentes nos vemos llevados a reconocer en Dios el centro de nuestra vida; a descentrarnos literalmente en Él. Como hizo Jesús, el iniciador de nuestra fe: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, y han hecho tras Él todos los grandes creyentes: “Hágase en mí según tu palabra”; “Señor ¿qué queréis que haga?”.
Tal descubrimiento no supone la pérdida del propio ser a la que condena el reconocimiento de los ídolos. Reconocer nuestro centro en Dios es ceder a la fuerza de la gravedad de nuestro espíritu; dar con el quicio en el que nuestra vida alcanza su fijeza. Aceptar trascenderse en Dios constituye para los creyentes vivir un encuentro, el encuentro con Dios, que les cambia la vida; el que inscribe su breve discurrir del nacimiento a la muerte en el horizonte infinito de Dios; el que otorga consistencia firme a la precariedad de su existencia; el que traspasa sus momentos fugaces con la seguridad oscura que otorga la esperanza.
Ser creyente no es añadir un acto más a los muchos que constituyen la vida humana. Es comenzar a existir de una forma renovada; es nacer de nuevo. Es iniciar desde ahora la vida eterna, aunque todavía en esperanza. Ser creyentes cristianamente transforma la vida con el plus de sentido, de valor, de gracia, que resume la condición de hijos de Dios.
Juan Martín Velasco