martes, 22 de agosto de 2017

HOJA INFORMATIVA Nº 1060

DEL 13 AL 20 DE AGOSTO DE 2017
 
CULTO EN ARAIA

Martes 15 de agosto a las 11,30 h., Misa y Procesión

CULTO EN L’ALCORA

Domingo 13 - XIX DEL TIEMPO ORDINARIO.
A las 13 h., BAUTIZOS.
Lunes 14 – Vísperas de la Asunción.
A las 18,30 h., misa en San Francisco.
A las 19,30 h., en la Parroquia.  
Martes 15 - ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.
Horario de misas como en domingo -
Sábado 19 - A las 18,30 h., en san Francisco, aniversario de Palmira Gasch Aparici
- A las 19,30 h., en la Parroquia, aniversario de Esperanza Monfort Fabra.
Domingo 20 - XX DEL TIEMPO ORDINARIO.

 FIESTA DE LA ASUMPTA AL CIELO

La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.
“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”. Homilía de Benedicto XVI

DOMINGO XIX / A del T.O.:   Mateo 14,22-33
ORACIÓN DEL QUE DUDA
Señor, sálvame.
Dios está en el fondo de todo ser humano. Lo expresaba de forma espléndida el gran teólogo suizo H. von Balthasar: «El hombre es un ser con un misterio en su corazón que es mayor que él mismo.» Si es así, ¿por qué no lo captamos?, ¿por qué Dios se nos escapa y nos parece a veces tan lejano y desconocido? La mística francesa, Madeleine Deibrel, mujer seglar por cierto, se dirigía a Dios de esta forma tan curiosa: «Señor, si Tú estás en todas partes, ¿cómo es que yo me las arreglo para estar en otro sitio?» Dicho de otra manera, ¿por qué no se produce el encuentro?
Algunos rechazan de entrada la presencia de Dios en su vida. No sienten necesidad de nadie para resolver su existencia. Se bastan a sí mismos. No necesitan ninguna otra luz ni esperanza. Tienen bastante con lo que ellos se pueden proporcionar a sí mismos. Desde esta postura de autosuficiencia no es posible encontrarse con Dios.
Otros lo dejan todo muy pronto. Intuyen que Dios les puede traer complicaciones, y ellos quieren tranquilidad. Nada de replantearse la vida. Es mejor olvidar estas cosas e instalarse en la indiferencia. No parece la postura más valiosa, pero probablemente es hoy la más frecuente.
El creyente vive una experiencia diferente. Sabe que el ser humano no se basta a sí mismo. Al mismo tiempo, siente de diversas formas el anhelo de infinito. En su corazón brota la confianza. Es otra manera de plantearse todo: en lugar de teorizar se pone a escuchar, en vez de caminar solo por la vida se deja acompañar por una presencia misteriosa, en vez de desesperar se abre confiadamente al amor de Dios.
Esta experiencia es personal. No se vive «de oídas» ni se conoce por procurador. No basta creer lo que otros dicen. Cada uno ha de encontrar su camino hacia Dios. El teólogo J. Martín Velasco recuerda en un estudio las palabras del personaje de una novela de E. Wiesel: «Cada hombre tiene una plegaria que le pertenece, igual que tiene un alma que le pertenece. Del mismo modo que a un hombre le es difícil encontrar su alma, también le es difícil encontrar su plegaria. La mayoría de la gente vive con almas y recita oraciones que no son las suyas; hoy, Michael, has encontrado tu oración.»

Es justamente lo que necesitamos. Encontrar cada uno nuestro camino hacia Dios, encontrar nuestra propia oración. Pero, ¿cómo hacerlo cuando uno está lleno de dudas y no tiene tiempo ni fuerzas para buscar a Dios? Muchas veces he pensado que para muchas personas que no aciertan a creer, la mejor oración tal vez sean esas palabras cargadas de sinceridad que Pedro dirige a Jesús cuando comienza a hundirse en el mar de Tiberíades: «Señor, sálvame.»