DEL 18 AL 25 DE MAYO DE 2014.
CULTO EN L’ALCORA
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Domingo 18 – QUINTO DE PASCUA.
* A las 12h, PRIMERAS COMUNIONES.
*
A las 12h en La Foia,
Primeras Comuniones.
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Miércoles 21 – A las 19’30h en la Parroquia, Aniversario
de María Cervera Juan.
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Sábado 24 – A las 19’30h en la Parroquia, Aniversario
de Manuel Ramos Guillamón.
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Domingo 25 – SEXTO DE PASCUA.
-
Colectas para las Obras de la
Casa de Cáritas -
*
A las 12h, PRIMERAS COMUNIONES.
ADORACIÓN DEL SANTÍSIMO. Miércoles 21
de mayo
De 11h a 12h
en San Francisco.
Desde las 17’30h
hasta la Misa,
en la Parroquia.
A las 19h,
rezo de vísperas.
PEREGRINACIÓN
A POLONIA
Recordamos que damos de plazo hasta el 23 de
mayo para que, quienes deseen participar en la peregrinación a Polonia, se
informen y hagan su inscripción. Si no, se suspenderá por no llegar al número
mínimo de grupo que exige la agencia.
CONVOCATORIAS
-Miércoles
21 a las
17h, Grupo 1 del Itinerario de Formación de adultos.
- Jueves
22 a las
21’30h, Grupos 2 y 3 del Itinerario.
-
Viernes 23 a las 16h, reunión de Vida Ascendente.
CONVOCATORIAS COMUNIONES
DOMINGO 25
- Lunes
19 a las
20h en los salones parroquiales, reunión de padres.
- Jueves
22 y viernes 23 a las 17’30h en la Parroquia, preparación
de los niños.
-
Sábado 24 a las 12h
en la Parroquia,
ensayo general.
GESTOS Y ACTITUDES EN LA MISA
Si hemos
asistido alguna vez a una ópera o la hemos podido ver a través de la
televisión, descubrimos cómo el canto, las palabras, los gestos, la decoración,
etc., todo hace disfrutar de lo que se está realizando y tanto los actores como
los espectadores viven de alguna manera lo que se está narrando y describiendo.
La
liturgia cristiana está también envuelta de una decoración, de palabras,
silencios, cantos, gestos etc., que ayudan a entrar en el misterio de lo que
allí se celebra. Descuidar esos elementos es, por lo general, perder la profundidad
de lo que se celebra y salir con la sensación de que se ha perdido el tiempo y
no hemos llegado a descubrir y sentir la presencia amorosa de Dios.
En la liturgia
utilizamos, generalmente, cuatro posturas a través de las cuales queremos que
sea toda la persona, alma y cuerpo, la que se implique y no solamente la razón
o el espíritu.
De pie. Es la
postura que caracteriza al hombre creado a imagen de Dios. Es signo del respeto
que el ser humano tiene ante lo sagrado. Nos ponemos de pie al leer el Evangelio.
Se está de pie delante de Dios cuando se le dirige la oración. En las iglesias
antiguas el altar está dirigido hacia oriente que simboliza a Cristo resucitado,
llamado “sol que nace del oriente”. Estar de pie es esperar a Cristo, “sol de
lo alto”, que viene a salvarnos. Y se le recibe vigilante, estando de pie.
Sentado.
Significa serena y apacible disponibilidad. Por eso las lecturas y la homilía
se escuchan sentados. Se está atento para interiorizar lo que nos pide nuestro
Dios y responder con generosidad y prontitud.
De rodillas. Indica
la oración de súplica, hecha desde la humildad, desde la sencillez. Moisés se
descalzó y se puso de rodillas ante Dios que le hablaba en la zarza ardiente.
Se sentía indigno de estar ante Dios, todo poderoso y tres veces santo. Ponerse
de rodillas ante Dios ayuda a sentirse creatura, a no creerse más que los
demás, a reconocer las propias flaquezas y debilidades suplicando a Dios que
tenga misericordia y conceda su paz y su gracia.
(sigue en el reverso)
Recordamos
que la Instrucción
general del misal romano dice, sobre los gestos y las posturas corporales
durante la misa, que los fieles “estarán
de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del lugar, por el
gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan, durante la
consagración. Pero los que no se arrodillen para la consagración, que hagan
inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración”.
Postración. Postura
que se utiliza pocas veces. Está reservada para momentos muy solemnes como para
la ordenación sacerdotal o la profesión perpetua de los religiosos. Es signo de
adoración ante Dios que sobrepasa en todo y súplica de ayuda ante la misión que
se confía porque se es consciente de la pobreza y fragilidad ante la inmensa
tarea que el Señor le encarga.
Genuflexión. Se
dobla la rodilla ante la presencia del Señor en la Eucaristía. Gesto
sencillo, pero que recuerda la grandeza del Señor al hacerse pequeño, quedarse
con nosotros en el sagrario y darse en alimento en el pan que recibimos en la Eucaristía. Muchos
cristianos desconocen este gesto o lo consideran inútil. Pero el cuerpo
necesita expresar con gestos lo que se vive interiormente. Y los cristianos adoramos
a Cristo hecho compañero de viaje y presente en el Pan Consagrado. ¿No hacemos
gestos de reverencia ante personas revestidas de dignidad? ¿Por qué descuidarlo
ante la Eucaristía?
Hacerlo con respeto, con dignidad y sin prisa nos hace un gran bien.
Las manos y brazos tendidos a
lo alto. Así hacen los sacerdotes las oraciones en nombre de la
comunidad cuando celebran la divina liturgia. Extienden las manos hacia el
cielo como lo hacía Moisés mientras intercedía por su pueblo confrontado a una
terrible batalla. Mientras extendía las manos ganaba Israel, cuando las bajaba
perdía. Las manos abiertas y mirando al cielo significan que todo lo esperamos
del Señor y a él se lo pedimos. La oración va dirigida a Dios, dador de todo
bien, y se indica con las manos abiertas y extendidas hacia lo alto.
Queridos
amigos, cuidemos los gestos y actitudes de la liturgia. Tienen su significado y
nos acercan más a Dios, nuestro Padre, de quien viene todo don.
EUCARISTÍA Y DIVORCIADOS
Ante algunas consultas recibidas, publicamos
un artículo del Obispo de Ávila sobre el tema que deja clara la doctrina de la
Iglesia al respecto:
“Todo divorcio es siempre un drama humano.
Cuando uno se casa en la Iglesia, lo hace con el propósito de que la familia
que funda perdure hasta la muerte. Si no sucede así, su alma queda herida. La
ruptura de un matrimonio causa profundos sufrimientos a todos. La Iglesia, siguiendo
el ejemplo de su Señor, acoge, consuela y acompaña este dolor. Sólo el Señor,
muerto y Resucitado, puede sanar nuestro corazón enfermo, otorgar sentido a
nuestros fracasos y mostrarnos con su cruz que, a pesar de nuestro dolor,
existe un amor sin límites, eterno.
Son muchas personas las que intentan rehacer
su vida con un nuevo matrimonio. Buscan una compañía, a cuyo lado puedan recuperar
la alegría, pretenden una segunda oportunidad. Cuando esto sucede, si son
cristianos, recuerdan las palabras de Jesús: «Si uno repudia a su mujer y se
casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su
marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10, 11-12). Un católico
divorciado que se vuelve a casar es infiel a aquella unión que asumió ante Dios
de una vez para siempre. Su nueva vida es moralmente irregular. Su nuevo estado
contradice lo que el matrimonio significa: la unión entre Cristo y la Iglesia. Esa unión se
actualiza de modo eminente en la Eucaristía. Por eso, los divorciados vueltos a
casar no pueden comulgar. Aparece entonces un nuevo sufrimiento para la persona
afectada: las consecuencias que el pecado lleva consigo.
¿Qué hacer ante esta situación? En múltiples
ocasiones ha hablado el magisterio de la Iglesia, afirmando siempre que estas
personas no pueden acceder al sacramento de la comunión. Lo han hecho los Papas
san Juan Pablo II y Benedicto XVI, la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Pontificio Consejo para
los textos legislativos, el último Sínodo de los obispos. Escuchemos, como
ejemplo de tantas intervenciones, al Papa Benedicto XVI en la Exhortación Sacramentum Caritatis (n. 29): «Los
divorciados vueltos a casar, a pesar de su situación, siguen perteneciendo a la
Iglesia, que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo
posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la Santa Misa, aunque sin
comulgar, la escucha de la
Palabra de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación
en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director
espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea educativa
de los hijos». Y, en un diálogo durante el Encuentro Mundial de las Familias,
en Milán, añadía: «me parece una gran tarea de una parroquia, de una comunidad
católica, el hacer realmente lo posible para que [los divorciados vueltos a casar]
sientan que son amados, aceptados, que no están “fuera” aunque no puedan
recibir la absolución y la
Eucaristía: deben ver que aun así viven plenamente en la
Iglesia… Aún sin la recepción “corporal” del sacramento, podemos estar realmente
unidos a Cristo en su Cuerpo».
Esta es la doctrina del Evangelio, que la
Iglesia ha expuesto reiteradamente con humildad y fidelidad al Señor, y que en
modo alguno ha cambiado con el magisterio del Papa Francisco. Es bueno que la
tengamos presente para evitar ciertas confusiones o malentendidos que se están
difundiendo sin mucho rigor a través de los medios de comunicación.
Como ya he dicho, la Iglesia siente el dolor
de estas personas y las acompaña con su afecto y su oración. Todo sufrimiento
puede ser ofrecido a Cristo como una participación en su sacrificio redentor y,
de este modo, se convierte en camino de salvación. Esta verdad de fe puede
aplicarse a los sufrimientos físicos, como los que nos llegan por la enfermedad;
a los humanos, como los que causa el divorcio, y también a los sufrimientos
espirituales, como los que vienen de no poder recibir al Señor sacramentado. Es
importante que los católicos sepamos exponer este misterio a los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, y más importante todavía es que mostremos a los
jóvenes que existe un amor sin límites y que es posible una entrega total para
toda la vida. La familia es hermosa porque se funda en el amor de Dios, del que
todos podemos participar. Para casarse no sólo es necesario que los novios
dediquen tiempo a conocerse, es imprescindible también que se embarquen en la
aventura espiritual que supone descubrir, acoger y realizar en la propia vida
ese amor divino que es paciente, no lleva cuentas del mal, perdona cualquier
ofensa y aguanta todo sin perder nunca el gozo de la esperanza (cf. 1Cor 13,
4-7).
Con mi afecto y bendición para todos, en particular
para quienes se encuentran en esta situación.